- Y ahora os lo pregunto por una última vez, sudaca malparido. ¿Qué coño hacías en el puerto con una navaja junto a un destripao si no era habertelo cargao?
- ¡Y yo te contesto por última vez, gallego pelotudo y la reconcha de tu hermana, que estoy que me caigo de sueño, vomité media vida, apareció una mina que era el diablo, y ustedes que me trajeron acá de prepo…!
- ¡Que te doy por culo, cabrón, que me vas a respetar de una vez, venga!-gritó el policía
-¡Que te voy a romper el culo a vos, forro, soltáme y vas a ver!... –dijo parándose.
El policía que estaba a su espalda le pegó duro en la nuca, con el ejercitado estilo que nunca dejaba huellas. Cuando las luces se corrieron de sus ojos y el zumbido disminuyó un poco, vio a un tercer hombre en la sala de interrogatorios.
- Por fin – dijo éste con un cigarro colgado de la mueca feroz que eran formaban sus labios – Era hora que des algunas respuestas. Y no me vengas con los mismos cuentos de hadas que has estado soltando. Sabemos quien eres, que te llamas Foilán Peña, que entraste al país hace cuatro meses, que tienes familia en Buenos Aires, y que ayer perdiste tu empleo. Sabemos que no eres ningún Einstein, y que tampoco trabajas para ningún cartel, quizás porque seas muy estúpido. Lo que no sabemos es porque estás metido en…en… esto.
- Si yo lo supiera, gorra… – murmuró Froilán.
- Bueno – dijo el policía- cuéntanos de nuevo y sin apuro. Y yo no soy gorra, ni vigi, ni rati, ni botón, ni cana ni nada de lo que has dicho en éste rato. Para ti soy el inspector Murillo.
- Te faltó decir cobani… - dijo Froilán apenas.
Al fin, Froilán contó de punta a punta los sucesos de la noche. Cuando terminó el interrogatorio lo llevaron a una celda.
La sección de celdas estaba formada por un largo pasillo y cuatro celdas a cada lado, con rejas en forma de barrotes como en las malas películas de gansters. Froilán había estado detenido muchas veces, siempre por juego clandestino o ebriedad, y conocía muy bien las comisarías duras del Gran Buenos Aires; pero lo que lo sorprendió era que aquellas celdas estaban casi despobladas. Lo metieron en una celda amplia, sólo. En la celda de al lado alguien dormía un sueño de heroína; en la celda de enfrente había una mujer muy bonita, morena, con traje chaqueta elegante y discreto.
Al rato de estar allí, la mujer comenzó a parecerle familiar e intentó hablar con ella. La mujer no le respondía. Se recostó en el camastro de cemento tratando de dormir, cuando lo despertó el guardia que traía la comida. Un hombre obeso y afable que arrastraba un carro con viandas y agua.
- A ver, chaval, que te acerques – dijo –que te traigo un guisao que ni Arguiñamo. Oye, que ése tío ha estao por allá, por tu Argentina, que no?
Froilán se acerco a recibir la comida, lo primero que comería desde la noche anterior. Cuando estuvo junto a las rejas, observó que la mujer lo miraba con repentino interés.
- A ver, “doctora” – dijo el guardia remarcando el título – a ver si me haces la respiración artificial a mi, princesa, que estoy mejor que los muertos del parque, ja, ja!!..
El guardia dejó la bandeja junto al preso que dormía y se fue. Cuando salió y cerró la puerta que aislaba a las celdas, la mujer se acercó a los barrotes.
- Oye, tú… - le dijo.
Froilán la miró curioso pero no abandonó su plato.
- Eres argentino?
- Claro, morocha. Bien gauchito y a tus órdenes.
- Porque te encerraron ? –preguntó la mujer terminante
-Uf, ya se lo estuve contando a los canas todo el día. Y vos, bombón, que hacés en la leonera? Son un yiro de clase, de muchos euros la noche?
La mujer miró hacia el preso que dormía en la celda junto a Froilán, luego hacia la puerta de entrada del pasillo.
- Te voy a hacer una pregunta –dijo ella – y te pido la mayor sinceridad en la respuesta.
- Dale nomás
- El lugar de tu nacimiento fue la Ventana de la Sierra, en medio de la Pampa?
- Sierra de la Ventana – corrigió Froilán asombrado– y no queda en la Pampa sino en la provincia de Buenos Aires, sí. No viví mucho tiempo ahí, mas bien soy porteño, pero… ¿cómo adivinaste?...
La mujer ahora miraba al preso que dormía con mucha aprensión.
- No hay tiempo – dijo ella – cierra los ojos, bien cerrados.
Froilán dio un último bocado a su guiso y cerró los ojos divertido. Pensó que la mujer se estaría sacando la ropa o algo parecido (éstas gallegas son de lo peor, sólo quieren joda aunque estén encerradas – pensó) y mientras sonreía esperando ver a la mujer masturbándose enfrente, una luz lo envolvió y un estruendo parecido al huracán lo sacudió como a un papel. Cuando abrió los ojos, una enorme claridad se desvanecía. Se encontraba en otro lugar, en un callejón mugriento sacado de las novelas de Chandler. La mujer estaba junto a él. Temblaba y en las manos extendidas tenía una pequeña esfera que aún brillaba.
Froilán había vivido mucho, y no era ningún tonto, pero estaba a milésimas de entrar en pánico. La mujer se relajó un poco, miró la esfera que ya no brillaba, y la guardó en el bolsillo.
- Mira, voy a tratar de explicarte -dijo ella- Aunque no se si quieras oír. Caminemos de prisa mientras hablamos – dijo y se perdieron en la llovizna.
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La mujer que parecía un vampiro tuvo un respingo. En algún lugar una Victoria había despertado. Se levantó del fresco cadáver que aún saboreaba y un grito de furia escapó de su pecho. O tal vez fuera un grito de terror. Olfateó el húmedo aire y orientándose corrió en la noche mientras la tenue lluvia lavaba apenas la sangre que chorreaba por sus mejillas.
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26 de Febrero del 2004 Frente al puerto de Montevideo Comenzó el rescate del Graf Spee
MONTEVIDEO.- Un nuevo intento otra vez fallido. Alfredo Echegaray, concesionario del rescate del acorazado alemán Graf Spee, se agarraba la cabeza y no ocultaba su expresión de disgusto. "Otra vez, no...", comentaba, mientras veía que el famoso telémetro del buque de guerra que fue hundido en 1939, en el Río de la Plata, era más fuerte que las herramientas de rescate, y, como en cámara lenta, la pieza histórica volvía al río. Una hora después estallaron los festejos cuando la grúa del puerto de Montevideo logró, finalmente, rescatar el telémetro del barco, que estalló ante los ojos de miles de uruguayos hace 64 años.
Froilán leyó el recorte que la mujer le acercó.
- Estos yoruguas siempre con cosas raras. ¿Y que tiene que ver éste diario con el asuntito de recién? Contáme clarito bruja, que no estoy para adivinanzas.
- Me llamo Eva –dijo la mujer – y es raro que el recorte no te suene. Cuando el Graf Spee fue hundido frente al Uruguay, los tripulantes fueron alojados hasta terminar la segunda guerra en Argentina, en tres lugares: Córdoba, El Tigre y en Sierra de la Ventana. Allí es donde naciste, verdad?
- Sí, ahora que decís me acuerdo que me contaban cosas de los alemanes, que eran buena gente, algunos se quedaron cuando terminó la guerra.
- El Graf Spee no era sólo un acorazado de bolsillo –dijo Eva- Era la caja fuerte del arma mas terrible del Reich. Allí se encontraban cinco esferas como ésta, y estaban en camino a un lugar desconocido en la Patagonia. Cuando los ingleses los atraparon, el capitan hundió el barco, y entregó las esferas a gente de su extrema confianza. De ellas, dos están seguras, una es ésta, y aún faltan dos más.
- Y que son entonces?
- El inventor de las esferas fue un alquimista, que nunca supo bien para que servirían aunque intuyó su enorme poder. Hitler estudó la obra de Severus Gronpius y destinó una tercera parte del tesoro alemán a buscar las esferas. El nazismo las perdió, pero otra maldad, aparentemente, encontró las dos que faltan.
-Quien?...
- Los descendientes del rival de Gronpius, llamado Senvidog. Es un clan maldito, mezcla de rusos, rumanos y gitanos. Ah –dijo a media voz – también se dice que son vampiros.
Froilán no habló.( –Esta mina está fumada mal!- pensó) Pero sin embargo había salido de la cárcel con ella.
- Vamos a suponer que te creo –dijo - ¿Cómo salimos de la prisión, a donde vamos, y por que estoy metido en todo esto?
- Salimos por el poder de la esfera. Se manejarlo, aunque no demasiado. Ahora vamos a tratar de ayudar a un amigo que está en el peor lugar del mundo. ¿Y por que estás en esto? Esta esfera estuvo escondida en Sierra de la Ventana con los alemanes prisioneros. Tú eres de allí. La esfera te eligió a ti.
- ¿Me eligió? ¿Para que?
- Para acabar con el Señor Muerte.
Caminaron rápido bajo el ahora aguacero, mientras Froilán no lograba reaccionar. Llegaron al mismo local donde apenas un poco antes había llegado Paul. La puerta estaba abierta y no había nadie. Comenzaron a subir a la azotea, guiando Eva con la esfera en la mano extendida.
Al llegar a la terraza, la tormenta de agua y viento arrasaba en la noche oscura. Un hombre les estaba dando la espalda y hablaba hacia las sombras.
-Paul!!! –grito Eva y corrió hacia él, quien no dejaba de hablar a las sombras.
Un aullido resonó en el vano de la puerta a espaldas de Froilán. Cuando se volvió encontró otra vez el perfume de su habitación, y allí la mujer del puerto. Una lasciva sonrisa, y dos enormes colmillos asomaron de entre sus labios.