19.10.05

Capítulo 10

Ese accidente que acababa de ocurrir no había hecho más que causar una confusión aún mayor en el parasitado cerebro de él; su boca sabía a gato muerto, no le apetecía despertar y volver a esa rutina de tomarse un café a las cinco y media de la mañana, porque pese a aguantarlo cada mañana él odiaba el café. No podía, no, no podía caer en el maldito sueño, tan solo quería alzar sus brazos y perderse entre las nubes como en algún onírico final de cualquier historia meramente insustancial pero a su vez tan hermosa…
Comenzó a dar vueltas a lo largo de la habitación, miraba tras la ventana de vez en cuando, y en uno de esos instantes vio a esa tigresa de garras bien afiladas que se había colado hace un momento dentro de su establecimiento, montándose en una moto pilotada por un rostro anónimo, anónimo incluso en este país, de esos a los que aquí se les suele guiris, o al menos el tipo tenía esa pinta: Vestía con cuero, botas de cowboy y un enorme parche de un águila calva sobre la bandera de los estados unidos en su espaldera, era rubio con barba, sostenía un cigarrillo en su boca, e incluso por nombrar otro detalle, llevaba la bandera de los “states” en el depósito de gasolina de su flamante y llamativa Hurley Davison; parecía creerse Willem Dafoe en Calles de Fuego o alguna parida de esas… Desde luego ese atuendo no era muy común en los por él denominados gallegos.
Ante su situación, él decidió vestirse con lo primero que agarró, lo que más a mano tenía, e introducirse en esa ciudad como otro ser noctámbulo, otro transeúnte cualquiera en medio de la oscuridad al que no le importara lo que fuese a suceder mañana; pero no, él no se lo podía permitir, tan solo era un currito emigrante que debía cobrar un salario de mierda para enviárselo a su desfavorecida familia que vivía en su a ratos añorada Argentina. Pero ¿Por qué a él? Era algo que no paraba de pensar, andaba introducido en su subconsciente, perplejo, confundido, dándole vueltas y vuelta y más vueltas al asunto que acababa de suceder… qué haría una mujer a esas horas dentro de su ratonera, y qué es lo que haría él al respecto, acaso esa mujer tenía algo que ver con el atropello, para quién trabajaría, a qué se dedicaba…
Qué hacer, qué hacer, qué hacer… Se tumbó en el camastro mientras la duda quedaba suspendida en su tan maltrecha materia gris. De pronto cerró los ojos como las compuertas de un avión y volvió a sentir ese olor a perfume que le había impregnado por completo, era algo tan glorioso, tan sumamente hermoso, tan gratificante… esta vez parecía brotarle del corazón, no podía sacarse a esa puta u honrada mujer, o lo que fuese, de la cabeza. Instantáneamente abrió sus machacados y rojizos ojos y se levantó apresuradamente, y es que a veces el corazón se impone ante nuestros más racionales, pegó un trago a su empezada botella de whisky y la reventó contra el suelo del apartamento, acabando de discurrir el hecho de qué debía hacer.
Puede que esa mujer hubiese allanado su fangosa morada, puede que hubiese producido esos disparos procedentes de otro apartamento, puede que su destino fuera fatal, puede que si se encontrase con ella la haría locamente el amor o bien la mataría, puede que ya fuesen más de las doce de la noche y probablemente perdiese su trabajo, pero a quién le importaba. Cogió la navaja que su abuelo gallego consiguió en la guerra civil antes de emigrar a Buenos Aires y se sumergió en el decadente ambiente urbano que apesta en las noches. Pensaba expandirse como la bomba atómica, como esa vieja canción que vuelve a dominar tu cuerpo, nadie iba a impedirle estar frente a quién quiera que fuese esa maldita fémina.

Ella se encontraba en ese antro con el motorista, en ese antro tan vacío que pronto se convertiría en un bizarro espectáculo de sexo bestial y sangre a borbotones. De pronto una luz se encendió alumbrando una destrozado escenario en el que un espantapájaros roído por las ratas se encontraba frente al micrófono, y de repente comenzó a sonar dentro del establecimiento el tema “There goes my baby” de los Drifters… Jack estaba perplejo, no sabía qué decir ni qué hacer, le pareció todo tan extraño… además por qué cojones abría accedido a entrar en ese pseudo garito del tres al cuarto, qué se le había perdido ahí; la verdad es que lo que estaba claro es que ella le ponía muy cachondo y ya no tenía nada que perder, o al menos eso pensaba…

Te noto un poco tenso.- Dijo ella.
…- Jack la miró un tanto confuso.
No te preocupes por eso, es puro y simple fetichismo ¿no te gustan los Drifters? A mí me traen muchos recuerdos, recuerdos de cuando era una cría de catorce años ¿me entiendes cuando te hablo?- Jack asiente con la cabeza- … una niña de catorce años, jamás volveré a serlo… con esa edad aún vivía en el campo, a mi padre le encantaba el “Soul” americano de los cincuenta / sesenta: los Platters, B.B. King, Otis Redding…siempre nos lo ponía después de cenar, a mi hermano y a mi nos encantaba, a mi hermano en particular los Drifters le estimulaban sexualmente… je…recuerdo cuando me violaba, desvirgaba mi clítoris de púber al ritmo de esta canción, no me daba miedo, ni siquiera causo un trauma en mí, mi hermano era un enfermo y habíamos aprendido a vivir con ello, el día que lo mataron a garrote vil esos pueblerinos lloré como una niña sin padre, había cortado las ubres de las vacas de un ganadero vecino nuestro y había intentado beberse la leche que contenía, no le mataron a garrote vil exactamente, es solo que el tipo tenía un garrote y le hizo añicos con él- Jack comienza a sentirse incómodo- jeje… no es cierto lo que te he dicho, a mi hermano no le gustaban los Drifters, pero me violaba con toda intensidad.

La canción comienza a cesar, ellos se habilitan frente a la barra en silencio, como si estuviesen meditando en sus cosas, ella con una pequeña sonrisa y él con un gesto anonadado en su expresión facial. De pronto una figura tácita apareció dirigiéndose hacia la barra, parecía vampírica, tenebrosa, una especie de freack inusual… Ella y el supuesto barman le miraron fijamente y sonrieron, sintió que algo le lamía la oreja, se dio la vuelta y vio a un hombre engominado y con maquillaje de mujer mal puesto en su cara, Jack le soltó tal puñetazo que la sangre salpicó contra la pared, probablemente acaba de desencajarle la mandíbula; se sentía violento y violentado, nervioso, desorbitado, confuso, perdido… Una mujer musculosa que debía medir casi dos metros de altura, vestida de matón de los años treinta, le impedía la salida, Jack intentó salir del local pero la mujer le golpeó hasta dejarle inconsciente.
De pronto Jack despertó observó a su alrededor, todos los allí presentes estaban realizando una orgía, una enormemente grotesca y oscura orgía, estaban todos rociados de sangre, la lamían a lo largo de sus cuerpos, se amontonaban unos encima de otro, era un festejo propio del peor pero Calígula pensó, sus ojos comenzaron a desorbitarse, sentía un intenso dolor, de quién sería esa sangre, sería de él; enfrente suyo se encontraba el micrófono, estaba atado a ese maldito espantapájaros, por qué harían eso, miro hacia abajo y comprendió de dónde había salido todo ese caudal hemoglobínico, bajo él había un charco de sangre, echó un vistazo a su cuerpo y se percató de que le faltaban las manos, tenía todo el cuerpo rasgado, estaba hecho unos zorros de persona, pegó un enorme grito de dolor, intentaba estremecerse pero no podía, todos le miraron, las lagrimas, la mucosidad y la saliva inundaban su cara, todos le miraban, recorrió su mirada alrededor de ellos y pudo distinguir a ella, no estaban sumergida en ese frenesí sexual tan inhumano, se encontraban en una esquina del antro observando todo mientras fumaba un cigarro, pensó que no le pegaba fumar,, de pronto `perdiendo los estribos comenzó a reírse como un esquizofrénico cualquier, reía a carcajadas, parecía que gritaba de felicidad, era la imagen más asquerosa y tierna que jamás ella hubiese visto. De pronto Jack sintió una punzada de gran fuerza e intensidad en su cabeza y no vio nada más.

Son las seis y cuarto de la mañana en un cuarto de hora nuestro amigo argentino tendrá que estar fichando en el trabajo. Después de una noche buscando a una mujer desconocida que sin embargo era el único mecanismo que hacía rotar sus pensamientos, con un insomnio incontenible, con un sabor en la boca que parecía que la hubiesen usado de cenicero, insoportable, después de haber pasado una de las noches más desconcertantes de su vida, de que niñas de quince años intentasen follarle a cambio de unos billetes, llega cerca del puerto y ve como unos pescadores se encuentran rodeando una farola, están hablando con la policía, él mira a su lado y ve sentado a un muchacho dibujando el suceso y le comenta lo que ha sucedido, él anonadado se acerca caminando indeciso a la farola y se fija de que hay un tipo colgado en ella, pero lo que le impacta ante todo es que es nada menos que el motorista; le habían clavado dos tachuelas en cada ojo, su sangre chorreaba contra el suelo, contra ese malito asfalto que le atrapaba en medio de la neblina, su cuello estaba atado con gran fuerza y apretado en la soga, su cara morada e hinchada a la vez que empapada de flujo hemoglobínico, le faltaban las dos manos, quién sabe lo que habrían hecho con ellas, pensaba en la escena, y en donde se había metido, comenzó a pensar que no había sido buena idea buscar a esa señorita, pensó en cómo podrían pasar cosas así en la ciudad en la que él habitaba, pensó en la familia del americano, en que ahora podría estar jugando a… yo qué sé… Volleyball en el jardín del establecimiento de Ohio, pensó en que no eran conscientes de lo que le había sucedido… Y es que aunque no conociese su vida, que podría ser un bala perdida que jamás hubiese tenido a nadie en la vida, que no le importase a nadie… no podía dejar de ponerse en su situación, porque él era otro hombre procedente de las américas inmerso en la sociedad de este país, y era una gran coincidencia que ambos cayesen en la trampa de esa chica. El rostro del motorista parecía que le miraba pese a carecer de ojos, parecía que le estaba llamando, parecía Jesucristo, parecía su padre, su madre, el hijo que nunca tuvo… Apartó asqueado la mirada y se tiró al suelo de la calle intentando vomitar, pero no hallaba las arcadas necesarias para tal acto, hallaba el vómito del mundo pero no el suyo.

Miren a ése.- Dijo un pescador.

Él se levantó.

¿Se encuentra bien?- Dijo el oficial de policía.

Él hizo una seña con la mano y se levantó tambaleándose, llegó hasta la acera y se sentó al lado del joven dibujante de nuevo, había comenzado a dibujarle a él tendido en el suelo. No se hablaron, de pronto como un espíritu aparecido surgió caminando de entre la niebla ella. Parecía tan inalcanzable, tan por encima de todo y de todos, pasó frente a ellos con aire de superioridad, él sintió mariposas en su estómago, mariposas enfermizas que a continuación le presionaban contra una asfixia incontrolable que le quitaba las ganas de existir. Se levantó, abrió la navaja, la mujer seguía caminando como si nada ocurriese, tan segura de sí misma que además de provocar un incuestionable deseo sexual provocaba un odio innato en él, odiaba y amaba a esa zorra que tan por encima de él creía estar. Pensó en tumbarla contra el suelo y apuñalarla mientras la comía desinhibidamente los labios sin llegar a penetrarla, pero de nuevo un nudo en la garganta sobrevino en él, y se volcó contra el suelo esta vez no pudo contener el vómito. El chaval al ver que empuñaba el arma blanca supuso que la iba a usar contra su amada, su única e insustituible musa… Rápidamente avisó al oficial de policía, este le agarró y le levantó mientras él se ensuciaba con su propio vómito. Mientras era esposado ella miró hacia atrás y lanzó una sonrisa, cosa que a él sin saber por qué, le enterneció.
Una vez en el coche pensó fatalistamente que probablemente ya no habría camino de vuelta a casa.

El cadáver respondía al nombre de Jack, era de nacionalidad estadounidense. Corto.- Dijo el policía por la radio.
¿Estadounidense? ¿No tendrá algo que ver con la chica yanqui que apareció ayer atropellada? Corto.- Le respondieron.
Ni idea, es posible. Corto.

De pronto a la cabeza de él cada vez vinieron más dudas, ¿Qué coño sucedía? Ya no le importaba, no quería saber nada, debía esfumarse; probablemente estaba bien jodido.

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