19.10.05

Capítulo 4

Estaba nerviosa. Acababa de ducharse pero un sudor frío le recorría el cuerpo. Pronto el nerviosismo derivó en histeria y comenzó a abrir todos los cajones y armarios de la estancia.

Buscaba aquél objeto del cual le habían encomendado su cuidado y ahora no lo encontraba por ninguna parte. De la histeria pasó a gritar como una posesa, se estiraba de los pelos y pataleaba cada vez que abría una dependencia y seguía sin aparecer.

De repente, y cuando la esperanza se desvanecía y el tiempo apremiaba, lo encontró. Estaba sobre el minibar, cuyo interior estaba completamente vacío y quien sabe si en buen estado. Ella sólo bebía agua mineral y nunca lo guardaba en aquél diminuto aparato.

Lo envolvió cuidadosamente y lo metió en su bolso. Se acicaló y se arregló tan bien y pronto como pudo y salió corriendo de su apartamento.

Odiaba ese bloque de apartamentos. Hubiese preferido estar en su pequeño refugio cerca del río, pero ya no era un lugar seguro para ella. En lugar de aquél hogar confortable, había tenido que esconderse en un podrido bloque de apartamentos donde por no haber no había ni ascensor, ni tan siquiera vecinos en la misma escalera. Y por el olor que se desprendía al pasar por las puertas colindantes, ella aseveraba que dentro debía haber algún fiambre, o varios.

Salió del portal y se cubrió la cabeza con un pañuelo. Se puso su abrigo pues, extrañamente, la noche comenzó a refrescar y con paso decidido se dirigió hacia el punto de encuentro.

Caminaba bien alerta a lo que se movía a su alrededor, a veces dirigía sus ojos hacia los contenedores, por el temor de que cualquier desalmado surgiese y le provocase algún daño. No estaba acostumbrada a la ciudad, y mucho menos a este barrio degradado y peligroso, y sin embargo cercano a la gran urbe luminosa y glamourosa que asomaba a seis o siete manzanas más adelante.

Giró hacia su derecha, y mientras vigilaba las sombras y se confortaba en la seguridad de que nadie la observaba, bajo la luz amarillenta, pálida y ténue de las farolas, se dirigió a la angosta avenida que conducía al mayor centro de ocio del barrio, ocupado por dos decenas de pubs y ciertos locales de mala fama.

- "Por qué no habrá otro camino que poder atravesar para poder llegar a la Plaza Mayor?" - se preguntaba.

La Avenida estaba repleta de gente. La mayoría hombres de mediana edad y "mujeres de mala vida" como ella solía llamarlas, si es que se podían calificar como mujeres, porque muchas de ellas tenían cara de adolescentes, lo que delataba su atormentada e indisimulable juventud.

Aceleró el paso, el ruido impedía agudizar su oido, y más que nunca permanecía alerta a cualquier tipo de mirada o gesto sospechoso. Agarraba el bolso con fuerza, tanta que empezaba a notar que se le agarrotaban sus brazos. Tal era la cantidad de gente que se agolpaba en los locales, que tuvo que bajar de la acera, en el momento exacto en que alguien, que sin duda no sabía o no respetaba los límites de velocidad marcados para aquella avenida, hizo sonar su cláxon repetidas veces.

Paró en seco y observó al individuo del coche, que la miraba fijamente. Portaba sombrero, la ventana bajada, su mirada era lasciva y al mismo tiempo analítica, y consumía un cigarro con parsimonia y con evidente gozo. Pasó a su lado mientras disminuía su velocidad, la siguió observando, hasta que después de pasar a su altura continuó su camino hacia el final de la avenida.

Pudo observar que no veía más allá de una cincuentena de metros de dónde se encontraba. Una espesa niebla se debatía sobre la ciudad. Resolvió acelerar el paso pues ya estaba cerca de destino y no le alegraba demasiado tener que cruzar este obstáculo sin poder tener la certeza de que nadie la seguía.

En pocos segundos atravesó la avenida y ya inmersa en el vacío indefinido que provocaba la niebla, giró hacia su izquierda, último tramo hasta llegar a la Plaza Mayor, la cual podía discernirse confusamente como una hilera de farolas de brillante luz blanca que se perfilaba unos cientos de metros más allá.

Sus brazos empezaban a doler, agarraba el bolso con cada vez más fuerza y miraba convulsivamente a uno y otro lado pero nada le hacía sospechar que la observaban. Y sin embargo, su oído, ahora ya lejos del ruido del tumulto, le transmitió una amenaza presente. Y es que podía oir claramente otros pasos que se dirigían hacia ella, distantes, detrás de donde se encontraban, pero firmes y decididos.

Consciente del peligro, se apresuró a llegar al punto de destino. Salió del pequeño callejón y se encontró a las puertas de la Plaza Mayor. El lugar de encuentro estaba cerca de allí, pero, según pudo deducir, pues la niebla impedía ver con exactitud, allí habia dos chicas. Parecían ser una chica morena y otra rubia, con pinta de prostitutas.

- "Qué extraño, no es frecuente encontrarlas aquí" - se dijo.

Oyó un portazo a varias decenas de metros de donde se encontraba. Alguien salió de un coche. Portaba un sombrero y un cigarrillo en la mano. Y casi al instante oyó que un coche giraba en una calle cercana, oyó como derraparon sus ruedas en el húmedo asfalto y se dirigía hacia donde ella se encontraba.

Aferró el bolso tan fuerte como pudo y sus piernas se le paralizaron. Estaba muerta de miedo.


.............


El taxista no dejaba de mirarla a través del espejo retrovisor. Su belleza le cautivaba y sin embargo a ella su mirada le incomodaba profundamente. Extrajo goma de mascar de una pequeña bolsa que llevaba encima y comenzó a mirar nerviosa a través de la ventana. Estaban cerca de destino.

La mirada del taxista se centraba ahora en el bolso de la pasajera. Ahora lo tenía abierto y parecía entrever que no contenía aquellos objetos comunes que todas las mujeres guardaban en sus bolsos. Y cuando estaba a punto de descubrir qué contenía un grito le hizo reaccionar...

- "A la derecha!!! la Plaza Mayor está ahí!!! rápido, acelere!!! rápido!!!

El grito le asustó y giró el volante tan rápido como pudo, derrapando en el húmedo asfalto provocado por la niebla, que ahora se encontraba de repente delante de ellos, y aceleró tanto como pudo. La niebla le impedía ver y de repente vió a su derecha alguien salir de un callejón y a su izquierda una chica, que parecía atenazada por el frío.

El choque fué inevitable. No lo pudo esquivar.

En la radio sonaba Tom Waits - Jersey Girl.

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