7.8.05

CAPÍTULO 11



La habitación era sombría y húmeda. Apenas entraba la luz que intentaba colarse por una diminuta ventana y que no hacía sino ayudar al deplorable estado del lugar. Juliette entró en la celda acompañada por uno de los rubios alemanes. Tenía un rastro de sangre en la comisura de los labios, que con toda seguridad se había producido en el forcejeo con aquél bruto gigante. Le habían quitado el aparato que la ataba a 673, el número que la había llevado hasta aquel lugar apartado de Viena. Ahora no lo necesitaba. Estaba delante de él:



- ¿Doctora Juliette?... – dijo 673, sorprendido -.
- Martin…

Juliette Haldane se dejó caer delante de 673. Era una mujer bella, de tez morena. 673 la agarró, notando una incipiente delgadez extrema. Desde que Juliette le dijera aquellas palabras – “¡corre!, ¡corre, Martin!” – ella ya no había podido conciliar bien el sueño. Dejó a su marido en el piso que ambos tenían en Chicago y se trasladó a la casita que sus padres tenían a las afueras de Washington. Quería descansar, olvidarse de todo y pensar que su 673 estaba muerto. En Washington apenas tenía conocidos. Unos pocos amigos de sus padres y una amiga que trabajaba en la Casa Blanca y que había sido novia de su marido en el Instituto. Todo era tranquilidad en Washington hasta que escuchó aquella conversación. Entonces decidió que debía correr, correr, en busca de 673.

- ¿Cómo ha llegado…? ¿Qué le ha pasado…? ¿Qué le han hecho?
- Estoy bien… Martin… solo un poco magullada… Ese hijo de puta me ha pegado en la cara.
- Limpiate con esto – 673 sacó de su bolso un pañuelo que había aguantado impoluto hasta su situación actual.
- ¿Cómo estas… Martin? – preguntó Juliette mientras se limpiaba la sangre.
- La verdad… confundido…
- ¿Te han hecho algo?
- ¿Le parece poco… que me tengan aquí metido?... No se si me han hecho algo… no se lo que quieren hacer conmigo… no se ni siquiera quien soy realmente… ¿Qué está pasando Juliette?

¿Iba a llorar ahora? La desesperación era más fuerte que él. Ya no controlaba sus emociones. No controlaba ni quien era. Su cabeza era una tormenta eléctrica de preguntas. Juliette se sentó en el suelo.

- Martin… ¿te han explicado algo?
- Me han explicado demasiado, creo yo… No se si soy un puto clon… o un número… Me llaman Smith… Martín… 673… Tengo sueños, recuerdos… pero ni siquiera se si son reales… No se si esos recuerdos son míos, o de otro… ¿Tienes explicación para todo esto, Juliette?... ¿O tu también eres irreal?...
- Creo que puedo explicartelo Martin… precisamente por que puedo explicartelo, estoy aquí, encerrada contigo.

+++++

Juliette había quedado con su amiga en Toulos, un restaurante donde se reunía la flor y nata de Washington. A Juliette no le gustaba aquél sitio, lleno de corbatas, trajes y maletines. Pero para su amiga era un lugar de encuentro de lo más habitual. Clara Gland, una chica rubia, un año más joven que Juliette, entró en el restaurante saludando a unos cuantos corbatas que tomaban su desayuno en una mesa. Editora y abogada, Clara trabajaba en la Casa Blanca como redactora de discursos para alguno de los Departamentos de Estado. Alguna vez le había tocado revisar alguno del Presidente. Juliette le hizo una seña con el brazo.


- Juliette, ¿cómo estas?… agg… no soporto a los babosos de corbata… En cuanto ven unas piernas femeninas entrar por el bar… ¿qué será de sus mujeres?...
- ¿Lo has leído?
- Permíteme que me tome un Donuts y te comento…

Juliette había abusado de su amistad para intentar colocar en el mercado su último libro. Cuando llegó a Washington quiso recopilar algunos de sus conocimientos y experimentos científicos y convertirlos en una novela. Lo había hecho para evadirse y ahora tenía esperanza de que su amiga echara mano de algunos buenos contactos.

- Bueno… Juliette… he leído tus notas… y…
- Y no te gusta
- No, no… no es eso… es…

El móvil de Clara sonó. Qué oportuno.

- Discúlpame… Si… la misma. ¿Cómo?... ¿Qué lo han localizado?... – Clara, sacó un papel de su agenda y un bolígrafo -. ¿En Viena?... Bien… espero que la prensa siga sin saber nada… si… ¿un número?...

Clara apuntó en aquel papel un número de tres cifras. Juliette jugaba con el sobre del azucarillo de su café con leche. Lo tomaba todas las mañanas. Caliente, muy caliente. A veces se quemaba la lengua. Sus ojos se posaron sin querer sobre el papel de Clara y sobre ese número… Clara lo había escrito bien claro. 673. Dejó caer su café y salió del bar sin despedirse de su amiga… en su cabeza solo tenía dos cosas: Viena y 673. ¿Una corazonada? Si… una corazonada que le había llevado a aquella celda húmeda.

- Tengo que dejarte, Tom… - dijo Clara a su interlocutor, mientras veía correr a Juliette al otro lado de la calle a través de las cristaleras del Toulos – creo… que vamos a tener un pequeño problema.

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Juliette extendió su mano para devolverle a 673 el pañuelo que le había dejado.

- Y es así como empezó mi huída hasta encontrarte. Volví a Chicago. Volví a las oficinas del Centro y cogí el transmisor que me conectaba a ti. Fue un milagro que funcionara. Pero enseguida empezaste a dar señales de vida en forma de pitido. Todo coincidia. Estabas en Viena. Y yo debía encontrarte.
- Y por eso estas aquí…

Juliette se recostó en uno de los barrotes de metacrilato de la celda.

- ¿Recuerdas los que entraron en el Centro, Martin?
- Aquellos hombres uniformados…
- Si Martin… ¿los recuerdas?...
- Si… recuerdo muchos disparos… me dijiste que corriera… y… más disparos…
- ¿Te he dicho que mi amiga Clara… trabaja en la Casa Blanca, Martin?

Las piezas del gigante puzzle cayeron como pequeños trozos de cristal encima de la mesa… Juliette esperaba que le dieran tiempo para explicarle todo a Martin… antes, quizá, de que la mataran.

- ¿Te he dicho que mi amiga Clara… trabaja en la Casa Blanca, Martin?

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En el despacho más fotografiado de los Estados Unidos un hombre de pelo blanco, delgado y en chándal analizaba con los suyos la situación.



- ¿A quién tenemos en Viena? – preguntó el hombre de pelo blanco - .
- Tenemos a los alemanes – dijo un uniformado, apoyado en la chimenea.
- ¿Habéis avisado a Sara? – preguntó Tom -.
- Sara está con ellos... vive en Viena...
- Que bueno, tener contactos en todos los sitios – dijo el hombre de pelo blanco, levantándose del sillón…- ¿Y “el problema” señorita Gland?

Clara sonrió no muy convencida. Acababan de llamarla de Viena.

- La han cogido… está con 673.
- Por Dios… que efectividad… - dijo el hombre de pelo blanco soltando una carcajada.
- No le quepa duda, señor… por algo es usted el Presidente de los Estados Unidos.

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